Hay empresas que tienen constantemente puestos anuncios de búsqueda de empleados para diferentes puestos. Se podría decir que son empresas que huelen mal, donde algo falla. Normalmente se unen diferentes circunstancias, que pueden variar, pero lo que no falta es un ambiente de trabajo tenso y una escasa valoración del empleado.
Es un claro fracaso en las políticas de recursos humanos. Por un lado puede fallar la selección. No necesariamente un buen jefe sabe elegir a los mejores empleados. En este caso se suele poner el foco del problema siempre en el trabajador, y no tanto en la persona encargada de la selección o el propio proceso.
En otras ocasiones si se ha elegido a la persona adecuada, pero luego a la hora de valorar su trabajo o de gestionar el grupo humano que tenemos bajo nuestras órdenes no sabemos motivarlos. En estos casos la tensión suele hacer que las relaciones de grupo no sean las mejores y el ambiente laboral se enrarece. Ir al trabajo empieza a ser una condena, por lo que a la primera oportunidad el que puede se marcha.
Esto tiene unos costes laborales importantes, pero también en todo lo que tiene que ver con la productividad. Por muchos que sea más o menos sencilla la actividad a realizar, siempre pasa un periodo de aprendizaje, que puede ser de una semana a varios meses. Si cuando el trabajador alcanza su máxima productividad acaba por marcharse, supone un problema.
Por otro lado siempre hay otros empleados que son los encargados de formar a los nuevos, que acaban de por si quemados por tener que estar constantemente enseñando a los novatos, cada vez con un poco más de desidia, pero también afectando al rendimiento de un trabajador más. Al final como siempre el problema es que no se considera un activo a los empleados, sino un mero instrumento.